Me considero una pacifista y no solo por que busco la paz y la armonía, lo que no significa que sea una especie de monje zen, pero si condeno la violencia venga de donde venga.
Las armas y la violencia solo engendran más violencia y de muy mala forma ensucian todo principio que se quiera expresar.
Para entender un poco más la idea de la revolución pacifica voy a explicarles un poco sobre el pacifismo, que es el conjunto de doctrinas encaminadas a mantener la paz entre las naciones. Se opone a la guerra y a otras formas de violencia a través de un movimiento político, religioso, o como una ideología específica. Algunos de los medios de los que se vale el pacifismo en la búsqueda de sus fines son: La no violencia activa, la diplomacia, la desobediencia civil, el boicot, la objeción de conciencia, las campañas de divulgación y la educación por la paz.
Los impulsos al pacifismo más fuertes e importantes fueron durante el siglo XX con algunos defensores, como Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Óscar Romero. Donde además de escribir sobre el pacifismo, lo llevaron a la práctica llegando a influir con su método en otras luchas sociales que se daban en el mundo.
Como ya lo he expuesto con ejemplos el pacifismo sirve, hace cambios, logra metas, cambia el mundo.
En los tiempos actuales todos hablan de revolución, ¿les cuento un secreto?, todos deseamos cambiar el mundo, pero la evolución no tiene por que implicar destrucción.
Me duele ver como los ideales de justicia e igualdad se tiñen de sangre con violencia innecesaria…. ¿Qué sacan con hacernos pelear con un Carabinero que al final es solo un funcionario?, un peón en esta casi guerra civil desatada por el Gobierno Opresivo y Negligente, quien fuera de ese uniforme es un ciudadano que no gana más de 200 lucas, tiene que alimentar a su familia y tampoco tiene educación gratuita y de calidad.
Señores, nos están haciendo pelear con nuestros hermanos, vecinos, amigos. Haciendo correr sangre por sangre que solo tiñe de amargura y resentimiento las calles de nuestro País.
¿Cual es el mensaje entonces? ¡¡Revolución Pacifica Señores!! No se burle pensando que pelearemos con flores y abrazos. Pelearemos con ideas y argumentos, pelearemos dando el ejemplo, demostrando que con la violencia nada se consigue.
¿Que pasaría si todos nos acostáramos en la Alameda sin movernos, sin agresiones, sin tratos vejatorios, solo el acto silencioso?
No podrían movernos, no tendrían argumentos para golpearnos, no podrían hacer nada más que ver como paralizamos el tránsito.
Ojo, no estoy llamando a paralizar, es solo un ejemplo de cómo se puede protestar pacíficamente.
Las ideas tienen poder, la ejecución debe ser limpia. Acepto que al principio se recibiría violencia gratuita, pero el resultado sería hermoso. Luchar por los ideales sin agredir, sin derramar sangre, sin hacer daños a terceros.
Las protestas pacificas han cambiado al mundo, derribaron un muro. Les contaré de la protesta de Leipzig en Octubre de 1989, fue fundamental en la caída del Muro….
9 de octubre de 1989, miles de habitantes se preparaban para protestar contra la represión, la falta de libertades, la imposibilidad de viajar y el estancamiento económico de la República Democrática Alemana (RDA). En esa lucha del pueblo contra el gobierno, cualquier cosa podía pasar.
Pero lo ocurrido en esa noche de otoño superó cualquier predicción. Armadas sólo con velas y pancartas que rezaban “¡Somos el pueblo!” y “¡No a la violencia!”, 70.000 personas recorrieron el círculo vial que le da la vuelta al centro y consumaron la mayor protesta en la RDA desde los años 50.
Una de las acusaciones más frecuentes que recaen sobre quienes defendemos el pacifismo revolucionario por razones espirituales, filosóficas, ecológicas o de cualquier otro tipo, es la que hace referencia a la lentitud del proceso, como si miles de años de opresiones de diferentes tipos sin que haya triunfado una verdadera revolución no fueran suficientes para mostrar la debilidad de tal argumento.
La palabra “revolución”, invita a la acción para alcanzar mundos mejores y al sacrificio por verlos realizados; mundos donde la villanía, la injusticia, los abusos de poder, el egoísmo, la explotación o la esclavitud de cualquier tipo, la mentira y todas las demás lacras que conocemos o soportamos, sean eliminadas de la faz de la tierra. Pero la revolución ha sido acotada en todas partes, marcados lindes de los que no es posible salir sin sufrir las consecuencias; apropiada por minorías y expropiada a las mayorías, manipulada, relativizada, nacionalizada y desvirtuada hasta que dejó de ser sueño y se convirtió en pesadilla para los muchos y en sitial de poder para otros, los pocos. Y esta experiencia histórica pesa como una rueda de molino en el alma colectiva.
Creo sinceramente que por muchas manifestaciones que hagamos contra la guerra, si no estamos en paz en nuestro interior, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que gritemos a favor de los derechos de la mujer, si en casa somos unos machistas, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que vociferemos contra las injusticias de los ricos, si aspiramos a ser ricos o preferiríamos serlo, estamos perdiendo el tiempo. Y así podríamos seguir enumerando situaciones. La revolución ha de ser primero interior, pues el enemigo de dentro, que son nuestros defectos contrarrevolucionarios, está más cerca de nosotros que ningún otro enemigo. Y así es como será posible la revolución pacífica. No creo que a estas alturas nadie desee vivir en un país en guerra ni crea que la lucha de clases, de la que se habla tan poco como de revolución, se solucione con las armas.
La lucha actual es una lucha de ideas, es una lucha espiritual ante todo, una lucha entre principios, entre la luz y la oscuridad; entre la revolución y la contrarrevolución; entre los partidarios de cambiarse a sí mismos y los que intentan imponer los cambios desde fuera para dirigirnos a su antojo; entre los que aspiran a ser libres y los que se someten. Es preciso elegir el camino interior adecuado para recuperar nuestro poder personal. Recuperar el poder personal, insisto, es una condición previa a todo verdadero proceso revolucionario.
Es encomiable la labor de denuncia del sistema capitalista que se hace en kaosenlared y otros medios alternativos; al igual que son encomiables las protestas de los grupos anti sistema en las cumbres de los gobiernos de los ricos, o las denuncias de los grupos de defensa de los animales, pero todo ello debe tener una continuidad, formar parte de un conjunto coordinado en una labor permanente con miembros capaces de dar ejemplo con su forma de vivir que aquello en lo que creen es posible, sí, que otro mundo es posible y que o cada uno de nosotros es su portador.
Mientras tanto, esto que llamamos “mundo”, con todas sus construcciones humanas en todos los ámbitos, y que es nuestra obra colectiva, se está yendo a pique, como un barco corroído hasta la bodega. No es el fin del planeta, que sabe muy bien defenderse de tanto desafuero humano, pero sí de esta civilización desquiciada de la que Miguel Delibes dijo tan certeramente en su libro “Un mundo que agoniza”: Los hombres debemos convencernos de que navegamos en un mismo barco, y todo lo que no sea coordinar esfuerzos será perder el tiempo”. Y como afirma Kant, creo que “es preciso trabajar con paciencia en esa misma realización, y esperarla”.
Las armas y la violencia solo engendran más violencia y de muy mala forma ensucian todo principio que se quiera expresar.
Para entender un poco más la idea de la revolución pacifica voy a explicarles un poco sobre el pacifismo, que es el conjunto de doctrinas encaminadas a mantener la paz entre las naciones. Se opone a la guerra y a otras formas de violencia a través de un movimiento político, religioso, o como una ideología específica. Algunos de los medios de los que se vale el pacifismo en la búsqueda de sus fines son: La no violencia activa, la diplomacia, la desobediencia civil, el boicot, la objeción de conciencia, las campañas de divulgación y la educación por la paz.
Los impulsos al pacifismo más fuertes e importantes fueron durante el siglo XX con algunos defensores, como Mahatma Gandhi, Martin Luther King y Óscar Romero. Donde además de escribir sobre el pacifismo, lo llevaron a la práctica llegando a influir con su método en otras luchas sociales que se daban en el mundo.
Como ya lo he expuesto con ejemplos el pacifismo sirve, hace cambios, logra metas, cambia el mundo.
En los tiempos actuales todos hablan de revolución, ¿les cuento un secreto?, todos deseamos cambiar el mundo, pero la evolución no tiene por que implicar destrucción.
Me duele ver como los ideales de justicia e igualdad se tiñen de sangre con violencia innecesaria…. ¿Qué sacan con hacernos pelear con un Carabinero que al final es solo un funcionario?, un peón en esta casi guerra civil desatada por el Gobierno Opresivo y Negligente, quien fuera de ese uniforme es un ciudadano que no gana más de 200 lucas, tiene que alimentar a su familia y tampoco tiene educación gratuita y de calidad.
Señores, nos están haciendo pelear con nuestros hermanos, vecinos, amigos. Haciendo correr sangre por sangre que solo tiñe de amargura y resentimiento las calles de nuestro País.
¿Cual es el mensaje entonces? ¡¡Revolución Pacifica Señores!! No se burle pensando que pelearemos con flores y abrazos. Pelearemos con ideas y argumentos, pelearemos dando el ejemplo, demostrando que con la violencia nada se consigue.
¿Que pasaría si todos nos acostáramos en la Alameda sin movernos, sin agresiones, sin tratos vejatorios, solo el acto silencioso?
No podrían movernos, no tendrían argumentos para golpearnos, no podrían hacer nada más que ver como paralizamos el tránsito.
Ojo, no estoy llamando a paralizar, es solo un ejemplo de cómo se puede protestar pacíficamente.
Las ideas tienen poder, la ejecución debe ser limpia. Acepto que al principio se recibiría violencia gratuita, pero el resultado sería hermoso. Luchar por los ideales sin agredir, sin derramar sangre, sin hacer daños a terceros.
Las protestas pacificas han cambiado al mundo, derribaron un muro. Les contaré de la protesta de Leipzig en Octubre de 1989, fue fundamental en la caída del Muro….
9 de octubre de 1989, miles de habitantes se preparaban para protestar contra la represión, la falta de libertades, la imposibilidad de viajar y el estancamiento económico de la República Democrática Alemana (RDA). En esa lucha del pueblo contra el gobierno, cualquier cosa podía pasar.
Pero lo ocurrido en esa noche de otoño superó cualquier predicción. Armadas sólo con velas y pancartas que rezaban “¡Somos el pueblo!” y “¡No a la violencia!”, 70.000 personas recorrieron el círculo vial que le da la vuelta al centro y consumaron la mayor protesta en la RDA desde los años 50.
Una de las acusaciones más frecuentes que recaen sobre quienes defendemos el pacifismo revolucionario por razones espirituales, filosóficas, ecológicas o de cualquier otro tipo, es la que hace referencia a la lentitud del proceso, como si miles de años de opresiones de diferentes tipos sin que haya triunfado una verdadera revolución no fueran suficientes para mostrar la debilidad de tal argumento.
La palabra “revolución”, invita a la acción para alcanzar mundos mejores y al sacrificio por verlos realizados; mundos donde la villanía, la injusticia, los abusos de poder, el egoísmo, la explotación o la esclavitud de cualquier tipo, la mentira y todas las demás lacras que conocemos o soportamos, sean eliminadas de la faz de la tierra. Pero la revolución ha sido acotada en todas partes, marcados lindes de los que no es posible salir sin sufrir las consecuencias; apropiada por minorías y expropiada a las mayorías, manipulada, relativizada, nacionalizada y desvirtuada hasta que dejó de ser sueño y se convirtió en pesadilla para los muchos y en sitial de poder para otros, los pocos. Y esta experiencia histórica pesa como una rueda de molino en el alma colectiva.
Creo sinceramente que por muchas manifestaciones que hagamos contra la guerra, si no estamos en paz en nuestro interior, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que gritemos a favor de los derechos de la mujer, si en casa somos unos machistas, estamos perdiendo el tiempo. Por mucho que vociferemos contra las injusticias de los ricos, si aspiramos a ser ricos o preferiríamos serlo, estamos perdiendo el tiempo. Y así podríamos seguir enumerando situaciones. La revolución ha de ser primero interior, pues el enemigo de dentro, que son nuestros defectos contrarrevolucionarios, está más cerca de nosotros que ningún otro enemigo. Y así es como será posible la revolución pacífica. No creo que a estas alturas nadie desee vivir en un país en guerra ni crea que la lucha de clases, de la que se habla tan poco como de revolución, se solucione con las armas.
La lucha actual es una lucha de ideas, es una lucha espiritual ante todo, una lucha entre principios, entre la luz y la oscuridad; entre la revolución y la contrarrevolución; entre los partidarios de cambiarse a sí mismos y los que intentan imponer los cambios desde fuera para dirigirnos a su antojo; entre los que aspiran a ser libres y los que se someten. Es preciso elegir el camino interior adecuado para recuperar nuestro poder personal. Recuperar el poder personal, insisto, es una condición previa a todo verdadero proceso revolucionario.
Es encomiable la labor de denuncia del sistema capitalista que se hace en kaosenlared y otros medios alternativos; al igual que son encomiables las protestas de los grupos anti sistema en las cumbres de los gobiernos de los ricos, o las denuncias de los grupos de defensa de los animales, pero todo ello debe tener una continuidad, formar parte de un conjunto coordinado en una labor permanente con miembros capaces de dar ejemplo con su forma de vivir que aquello en lo que creen es posible, sí, que otro mundo es posible y que o cada uno de nosotros es su portador.
Mientras tanto, esto que llamamos “mundo”, con todas sus construcciones humanas en todos los ámbitos, y que es nuestra obra colectiva, se está yendo a pique, como un barco corroído hasta la bodega. No es el fin del planeta, que sabe muy bien defenderse de tanto desafuero humano, pero sí de esta civilización desquiciada de la que Miguel Delibes dijo tan certeramente en su libro “Un mundo que agoniza”: Los hombres debemos convencernos de que navegamos en un mismo barco, y todo lo que no sea coordinar esfuerzos será perder el tiempo”. Y como afirma Kant, creo que “es preciso trabajar con paciencia en esa misma realización, y esperarla”.