Soy una mujer que peso 70 kilos y mide 1,68, pero aunque no lo crean soy feliz. Me siento sexy, me siento linda y me siento amada… aunque no siempre fue así….
Durante 4 años de mi vida, viví un infierno llamado anorexia, estaba enferma, no comía y todos los días me preguntaba hasta cuando, cuánto tiempo más podría resistirlo.
Mi absurda vivencia comenzó cuando entré a trabajar a una institución machista, rodeada de compañeras que no me ayudaban mucho, ya que todas se dedicaban a tirarse mierda entre sí, cada cual más narcisista que la otra.
¿Mi situación? Recién había dado a luz a mi hijo mayor… y yo, que siempre había sido flaca, pesaba ahora 112 kilo. Terminando mi carrera de noche donde los últimos años de Ingeniería química no son fáciles, además era mamá soltera, sin pololo, sin pareja y sin un papá para mi guagua, lo que me hizo el blanco perfecto para las burlas.
Yo, que siempre he sido una cabrona perfeccionista, traté de devolverle el control a mi vida. Porque ojo, ANA no se trata solo de verse delgada, es mucho más profundo, se trata de perfección y control… cuando toda tu vida pierde el norte, solo te queda controlar tu cuerpo y así fue como comencé a adelgazar, dejando de comer. Y no es que no tuviera hambre, al contrario, me moría por comer…
Me debilitaba, pero el hambre eterna era el castigo perfecto a mis frustraciones, el dolor físico era la perfecta distracción a mis carencias espirituales, lo sé, es enfermizo, pero en ese momento era perfecto.
Contenía el llanto por las pesadeces de mis compañeras, en especial de una que cada vez que discutía con alguien, se iba a mi puesto a tirarme mierda gratuitamente.
Mientras más delgada estaba, mejor comenzaron a tratarme…. Pero mis sentimientos hacia mí misma comenzaron a cambiar: deje de quererme -tanto así que llegué a pensar que nadie podía hacerlo- Me aislé, deje de salir -era complicado explicar por qué no podía comer con ellos- deje de hacer vida familiar y siempre inventaba una excusa para no sentarme a la mesa los domingos con mis papás.
Me miraba al espejo y me encontraba bien… pero no me convencía… aun me faltaba bajar para estar en mi peso ideal -según yo obviamente- me cambiaba el color del pelo, lo cortaba seguido… buscaba algo en mi apariencia que no encontraba en mi interior. Tanta era mi inseguridad, que no me atrevía a mostrarme frente a varón alguno, yo no era perfecta, por lo tanto era imposible que le gustara a alguien.
Mi humor cambió, siempre estaba enojada, mal humorada, paranoica.
Todos querían herirme según yo, no confiaba en nadie… hasta que me quedé completamente sola.
Pasé dos años comiendo una manzana de desayuno cada dos días para no morir… a veces sucumbía ante un chocolate y revisaba la pesa creyendo que subiría de peso.
Si le echaba azúcar al café, sentía una culpa inmensa… y siempre era la misma duda… ¿hasta cuándo? ¿Cómo acabaría esto?
Una mañana de abril recibí un extraño correo electrónico, del papá de mi primer pololo, Rubén, con quien habíamos terminado hace años, pero éramos amigos.
En el correo me pedía comunicarme con él, llamé a don Miguel y me dio la noticia más triste que he recibido en mi vida, mi Rubén había muerto, se había suicidado. No recuerdo haber gritado por teléfono, ni siquiera recuerdo lo que dije, pero sí la voz al otro lado del auricular pidiendo que me calmara. No sé cómo salí de la oficina y corrí por el paseo Bulnes, lloré y lloré, fumé y fumé.
Aquel día cambió mi vida, estaba enojada y triste, sentía que nos habíamos separado por que juntos no éramos felices y ahora no estaba.
Ese día decidí vivir, ese día me juré a mí misma mejorar y ser feliz… por los dos. Pensé en mi hijo Pablo y en como sufriría si yo muriera. No, yo no iba a provocar ese dolor tan intenso que estaba sufriendo…
Mejoré después de un año, subí de peso y me cambié de trabajo, no sin antes perdonar y sobre todo perdonarme por los últimos cuatro años de mi vida. Me redescubrí, me inventé, me armé de la nada y aprendí a quererme y a aceptarme TAL CUAL SOY, con mis miles de defectos, con mis maravillosas virtudes, con mi cuerpo, con mi historia y sin renegar del pasado que me enseñó a vivir mi presente. Me hice el amor a mí misma día a día hasta sanar mis heridas. Pedí perdón a mi hijo por mi egoísmo y entendí lo bien que le hacía a él verme feliz. Descubrí el placer de simplemente vivir.
Luego apareció mi compañero de vida, que me ama con locura…. Y antes de que él pudiera amarme, me amó la persona más importante, yo misma.
Esta es mi absurda confesión…. ¿Estoy loca? Tal vez, pero soy una loca FELIZ!
No hay comentarios:
Publicar un comentario